June 15, 2021

primerapersona

Porque eres el cisne que se refleja en solitario a sí mismo
Laurela



El confinamiento es un exceso de primera persona. Nos hemos mirado tanto a nosotros mismos, que a ratos no es difícil caer agotado. En la distopía del presente, tampoco es inusual paralizarse. Eso me pasa, me ha pasado. Entre el caudal de información, los desmentidos y las paranoias de turno, todos flagelos amplificados en ese pantano llamado redes sociales, la simple búsqueda de refugio es señal de vida.

Hoy la falta de concentración no favorece la lectura y escritura de ningún tipo, pero siempre se puede salir del letargo. Además, últimamente solo me conformo con no perder mi condición de lector. Por suerte conseguí dos libros que me han entusiasmado: Las heridas (2021) de Arelis Uribe y Salvapantallas (2015) del costarricense Luis Chaves. Un par de libros hermosos que otorgan inmunidad contra esta realidad tan chata. El primero, una serie de memorias que la autora chilena ha definido como crónica autobiográfica. El segundo, una novela escrita por un poeta salpicada por recuerdos de infancia y juventud, presentados en formato de diario/fragmentos.

La brevedad precisa de estos dos volúmenes, que apenas superan las cien páginas, es un bálsamo que conmueve por los lugares y momentos que revisitan. Si en el encierro han salido a flote nuestros fantasmas del pasado, nuestro origen y especialmente lo que nos constituye, leer a otros recordar sus vicios y virtudes resulta grato y a la vez demoledor. Un exceso bonito de primera persona, que esquiva la nostalgia persé y es mejor que mirar cualquier serie de moda.

"Ojalá pudiera transmitir la sensación de apretuje, de ahogo, de oscuridad", se lee en Las heridas cuando Uribe describe parte de su pasado familiar. La escritura funciona aquí como la habilidad de sobreponerse y encontrar sentido, especialmente si vienes de un entorno que no ha sabido de privilegios. Aunque temas como la muerte, en este caso la del padre, además de una ruptura sentimental, cubren toda la obra, queda un sabor a extraño triunfo, a finalmente haber podido ver muy temprano las comisuras de un modelo que agobia, del que finalmente se debe salir para respirar y sobrevivir. En ese ejercicio, por cierto, podemos acumular muchas heridas.

Lo de Chaves es un poco de aire fresco. Como fan de sus versos, tratar con su prosa es puro deleite. Salvapantallas muestra un pesimismo enmascarado, a la vez ejercita un humor que sirve de conexión entre diversos pasajes y memorias. Descreído como siempre, el tico atrapa con fragmentos que descubren viajes o zigzagueos de juventud, que dejan un registro poético del paso del tiempo. Aquí hay desde torpes encuentros amorosos y reflexiones sobre la vida o la paternidad, hasta sabrosas anécdotas como el histórico y breve paso de la selección de fútbol de Costa Rica en el mundial del 90. Es todo tan variopinto que es imposible aburrirse.

A veces verse a sí mismo puede traer mucha paz. Espero que en estos tiempos cada uno pueda encontrar su propio refugio.


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